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Crítiques i textos

El bestiario expresionista de Mariona Millà

Hay algo tremendamente vital en la pintura de Mariona Millà. Cualquiera que sea el tema que aborda en sus cuadros, la artista se expresa con un lenguaje potente y lleno de energía, que produce en el espectador un fuerte impacto visual.

Es una característica que llama la atención, tanto en sus obras anteriores inspiradas en el erotismo, el music hall, el mundo del carnaval o en personajes de la vida urbana, como en sus últimos cuadros que evocan un singular bestiario expresionista.

El imaginario de Mariona Millà abarca un horizonte amplio, en el que se mezclan la historia con la leyenda, el pasado con el presente, el mito con la realidad.
La pintora catalana viene de una familia estrechamente ligada al mundo del teatro y de la farándula, lo que sin lugar a dudas ha dejado profundas huellas en su manera de expresarse y en la forma de comunicar a los demás sus propias fantasías.

En las obras recientes que reúne en esta muestra, la pintora ha decidido inventar su propio bestiario, por el que vemos desfilar en una suerte de carnaval onírico, animales curiosos y fantásticos, a menudo antropomórficos.
Gallos equilibristas, pájaros bailarines, asnos kafkianos, reptiles metamorfoseados en mezzosoprano y patos enmascarados configuran una extraña fauna, retratada con una pintura exuberante y colorista.

La iconografía de Mariona Millà parte de fuentes diversas. A su pasión por las leyendas antiguas, en particular las de Cataluña, y por la simbología popular, se añade la herencia de algunos artistas relacionados con el expresionismo, que combina de forma magistral con su propio imaginario.

Mirando detenidamente sus cuadros, nos vienen a la memoria las figuras grotescas del belga James Ensor, los rostros atormentados de Oskar Kokoschka y el cromatismo exacerbado de los expresionistas alemanes de la época de los grupos Die Bcrücke y Der Blaue Reiter, como Franz Marc, August Macke y Ernst Ludwig Kirchner.

Contrariamente a otras corrientes como el surrealismo, el cubismo o el futurismo, el expresionismo no es un movimiento puntual que corresponde a una época determinada, sino una tendencia permanente en el arte, más característica de los países el norte, que generalmente se acentúa en los periodos de crisis social o de desamparo espiritual.

Así, a lo largo del siglo xx, la pintura expresionista ha ido resurgiendo en diferentes momentos de la evolución del arte por motivos diferentes. A finales de los años cincuenta, los pintores del grupo Cobra procedentes de Copenhague, Bruselas y Amsterdam, como Karel Appel, Corneille y Asger Jorn, se enfrentarían al informalismo, volviendo a una figuración de tipo expresionista, con un uso desbordante de la materia pictórica y del color.

Y más recientemente, a principios de los años ochenta hemos conocido a los nuevos expresionistas, que aparecieron casi de repente en países como Alemania, Francia e Italia, surgidos como reacción a la asepsia de los movimientos conceptuales y minimalistas europeos y norteamericanos.
En España, el propio Barceló, junto con otros muchos jóvenes creadores de entonces, participó en sus inicios en aquella vuelta a una pintura “salvaje”, espontánea y desenfadada. Al hacer referencia a los diversos momentos del expresionismo, simplemente queremos poner de manifiesto la vigencia de este lenguaje, que cada artista emplea en función de sus intereses plásticos.
El trabajo de Mariona Millà se inscribe en esta misma línea, ya que la pintora asimila todos estos matices que luego pasa por el tamiz de su personalidad. Como en aquellos artistas que hemos citado, hay en ella una suerte de deseo rabioso de pintar, que se manifiesta por la acumulación de la propia materia pictórica mediante pinceladas gruesas, cargadas de energía.

Para Mariona Millà, la pintura responde a un verdadero impulso interior. Los colores brotan en la superficie de la tela, respondiendo a una suerte de necesidad vital y compulsiva. En cuadros como “Equilibristes de ploma verda cinàbria” y en “Ocelleta de maig”, el vigor de las pinceladas produce una sensación de movimiento que confiere a la composición un gran dinamismo. Lo mismo ocurre en la tela “Bailarins de pota blava”, en la que tres figuras, con cuerpo humano y cabeza de gallo, parecen moverse a un ritmo frenético.
Estos cuadros, de indudable fuerza expresiva, parecen realizados de forma espontánea con una gran libertad gestual; algo que por otra parte no impide a la artista cuidar al máximo la composición, hasta darle una auténtica dimensión teatral.

Tal vez por las influencias familiares que mencionábamos antes, Mariona Millà cultiva un cierto gusto por la mise en scène, presentando a sus animales de fábula en plena actuación, como si se tratase de un verdadero espectáculo. Es particularmente evidente en el cuadro “Trio de violins”, un gran tríptico que sintetiza todo el espíritu de la exposición.

A pesar de su apariencia festiva, las obras de Mariona Millà no son del todo inocentes. Hay una vena irónica e incluso esperpéntica, que recupera aquel tono un tanto chirriante cercano a James Ensor y a los expresionistas alemanes de principios del siglo xx.

Sin menospreciar el carácter lúdico de su bestiario, que ejerce sin duda un gran poder de seducción, la artista catalana consigue suscitar en el espectador un interés, que se extiende mucho más allá de la simple contemplación.
                                  

                               MARIE-CLAIRE UBERQUOI
                               Barcelona, marzo de 2002

Per
Mariona Millà
– (2010-02-05)

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